Estos días se celebra en Sidney la XXIII Jornada de la Juventud. Como recogíamos en un post anterior, se trata de una iniciativa que impulsó Juan Pablo II y que ha continuado con renovada ilusión Benedicto XVI. Son ya unos encuentros muy asentados y de gran repercusión para los jóvenes católicos de todo el mundo.
Puede ser un buen momento para conocer cómo fue el nacimiento de estas Jornadas, y para ello, nada mejor que leer el relato de los que fueron testigos de ese inicio. Esta oportunidad nos la ha ofrecido Zenit en los últimos días con dos artículos del cardenal Paul Josef Cordes, hoy presidente del Consejo Pontificio "Cor Unum", quien en la primera Jornada Mundial de la Juventud, en 1984, era vicepresidente del Consejo Pontificio para los Laicos. Los artículos se titulan “La historia inédita de las Jornadas Mundiales de la Juventud” y la “La historia inédita de la cruz de los jóvenes”. Entresacamos este párrafo:
Por segunda vez, la participación de los jóvenes fue oceánica: en la liturgia de clausura ante la basílica de Letrán se contaron cerca de doscientas cincuenta mil personas. En el Consejo para los Laicos habríamos querido cerrar por un poco el capítulo "juventud"; nos incumbían muchas otras obligaciones. El Lunes Santo, al límite de la extenuación, me escapé a Alemania para poder finalmente dormir y recuperarme un poco del cansancio. El Domingo de Pascua seguí la transmisión televisiva de la liturgia en la Plaza de San Pedro. La homilía del todavía joven Papa me entusiasmó. Pero un pasaje me "irritó": con muchísima energía el Papa dijo estas frases: "Me encontré el domingo pasado con centenares de miles de jóvenes y tengo impresa en el alma la imagen festiva de su entusiasmo. Deseando que esta maravillosa experiencia pueda repetirse en los años futuros, dando origen a la Jornada mundial de la juventud en el Domingo de Ramos…". El Santo Padre le había cogido gusto, y había instaurado una práctica nueva en la Iglesia católica.