Leyendo estos días los mensajes que Benedicto XVI pronunció en la JMJ de Sidney, me ha llamado especialmente la atención su discurso durante el encuentro con los representantes de otras religiones. En dicho mensaje, el Papa presenta la religión como fuerza de unidad frente a la imagen que algunos tienen de ella como causa de división y enumera algunas de las modalidades en que la religión se pone al servicio de la Humanidad. Por ejemplo: una visión de la persona que invita a salir al encuentro de las necesidades de los otros, enseña a la gente que el auténtico servicio exige sacrificio, el respeto del medio ambiente, el asombro ante la fuerza del espíritu humano, etc. En mi opinión, se trata de un texto muy interesante porque el Papa recopila con gran belleza algunas de las manifestaciones de lo que es el verdadero sentido religioso arraigado en el corazón del ser humano.
También este texto tiene aplicaciones en el ámbito educativo, pues Benedicto XVI señala la importancia de que el joven pueda cultivar la dimensión trascendente de su personalidad y los elementos positivos que tendrá en su crecimiento una educación desde las claves expuestas. Pensando en el debate que muchas veces surge en torno a la legitimidad de la clase de religión, creo que este texto ofrece interesantes razones antropológicas sobre la riqueza de una formación que no deje al margen el sentido religioso.
Se puede acceder a la lectura online del discurso aquí. Destacamos algunos párrafos:
Las religiones del mundo dirigen constantemente su atención a la maravilla de la existencia humana. ¿Quién puede dejar de asombrarse ante la fuerza de la mente que averigua los secretos de la naturaleza mediante los descubrimientos de la ciencia? ¿Quién no se impresiona ante la posibilidad de trazar una visión del futuro? ¿Quién no se sorprende ante la fuerza del espíritu humano, que establece objetivos e indaga los medios para lograrlos? Hombres y mujeres no solamente están dotados de la capacidad de imaginar cómo podrían ser mejores las cosas, sino también de emplear sus energías para hacerlas mejores… La universalidad de la experiencia humana, que transciende las fronteras geográficas y los límites culturales, hace posible que los seguidores de las religiones se comprometan a dialogar para afrontar el misterio de las alegrías y los sufrimientos de la vida.